Por Walter Puelles Navarrete
Una cosa es tener hambre y comer, y otra distinta quedar satisfecho. Lo primero responde a una necesidad puramente fisiológica, lo segundo a un estado psíquico. Así, quedar satisfecho puede implicar comer lo elegido, en el lugar preferido y con la compañía adecuada. Digo “puede” porque no es seguro. La satisfacción es un experimento personal, un proceso de descubrimiento que cada quien ensaya por su propia cuenta y riesgo.
El papel que juegan los deseos y las motivaciones personales en el desarrollo de las sociedades ha sido frecuentemente soslayado. Se ha dado por hecho que: i) existe una jerarquía objetiva de necesidades que de menos a más el hombre satisface, y ii) que la sociedad es responsable de garantizar a sus miembros la cobertura de un conjunto de necesidades básicas. Según esta visión, es posible satisfacer las necesidades humanas con una cantidad mínima de bienes, bajo un orden central y jerárquicamente establecido.
¿Pero qué necesidades son básicas? ¿La alimentación, la salud, la educación, el sexo? ¿Cuál es esa cantidad mínima requerida? ¿Qué número de bienes dejará a la población satisfecha? ¿Qué características deben tener los bienes a producir? He allí el problema. El problema del qué, cómo y cuánto producir. El problema de la producción que toda sociedad enfrenta y ha intentado resolver de mil maneras.
Producir no sería problema si las personas recibieran como bueno todo aquello que se ofrece. Bastaría censar a la población y multiplicar la cantidad por una ración “técnicamente” definida. Sería como alimentar pollos en una granja, con el buche lleno y el espíritu vacío. Como en la Cuba castrista, donde la gente recibe salud, instrucción y alimento; no obstante ello, ni bien puede, escapa. Si hasta los mismos pollos desertan con la jaula abierta, ¿qué más los humanos?.
En una economía de mercado el problema de la producción se resuelve mediante pruebas de ensayo-error. Quienes consumen revelan sus deseos con sus decisiones de compra, y quienes producen, conocen el estatus de su servicio por la evolución de la demanda y los precios. Si hay clientela, el producto satisface, los inventarios se agotan y la producción aumenta. Pero si de pronto la gente se ausenta, los inventarios se abarrotan y la producción se aletarga.
La información fluye y permite adecuar la producción a los deseos del hombre común. El incentivo para tomar los datos que la realidad confiere no es otro que la posibilidad de satisfacer los deseos propios. Únicamente allí, donde la gente intercambia libremente, los deseos podrían ser satisfechos. Cada necesidad es una oportunidad para quien la advierte. La producción no es un conjunto cerrado limitado a satisfacer necesidades fisiológicas; todo lo contrario, es un conjunto abierto donde las necesidades y las formas de satisfacer las mismas son infinitas.
Pero en la esfera estatal la fortuna corre por una vereda distinta. La idea de que el Estado puede planificar la educación se sustenta en otra idea que considera que los intereses humanos están determinados por la naturaleza biológica del cuerpo. Aquí se asume que los deseos no dependen de las ideas sino de la fisiología, por lo tanto, el problema es cuantitativo y la solución está fuera de la esfera personal. En conclusión, la experimentación personal es prescindible: el hombre común es reemplazado por el político.
Bajo este criterio se implementaron desde los más ortodoxos sistemas de planificación central (ex URSS, Corea del Norte y Cuba, entro otros) hasta los más elementales programas estatales de políticas públicas. Ciertamente, los resultados han sido francamente decepcionantes. En el caso de la educación estatal, como cualquier sistema de planificación central, estamos ante un producto extremadamente malo. En línea de lo antes señalado, estamos ante un producto que llena pero no satisface.
Al respecto, Latinoamérica exhibe actualmente los indicadores de cobertura educativa más altos de su historia. Nunca antes la instrucción llegó a tantos. Sin embargo, la insatisfacción es generalizada. Cierto es que para el analfabeto cualquier instrucción puede ser buena, sin embargo las personas no buscan solo leer y escribir. Las personas no son animales de engorde que esperan taciturnos la comida y la muerte. La receta única no satisface a la gente, pues cada persona tiene sus propias motivaciones y deseos.
La primacía del mercado sobre la planificación central se basa justamente en la posibilidad de permitir a las personas interrelacionarse y satisfacer sus deseos y motivaciones. No es la eficiencia el valor más atractivo. La economía de mercado es mucho más que producir bienes a bajo costo. El “toma y dame” que a muchos aterra es un proceso social por excelencia, dado que los deseos únicamente pueden ser satisfechos mediante la elección individual. No hay otra forma.
lunes, 8 de noviembre de 2010
Educación, Socialismo y Mercado
18:59
Unknown
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