Walter Puelles Navarrete.
En los últimos años, durante el gobierno de Sebastián Piñera, buena parte de la juventud chilena se lanzó a las calles a pedir “educación superior gratuita”, ignorando quizás que nada es gratis en la vida. Y aprovechando tal desconocimiento, la socialista Michelet Bachelet les prometió hacer sus sueños realidad, ganando las elecciones siguientes-
Financiar la educación superior desde el Estado requiere que los recursos que antes provenían directamente de los consumidores, provengan ahora de una fuente de financiamiento distinta: los impuestos. Bajo esta nueva forma, todos, independientemente de quién reciba el servicio, estará obligado a financiar de alguna forma dicho servicio.
Y para que el sueño de la juventud chilena se vuelva realidad, Doña Michell Bachelet ha propuesto subir el impuesto a la renta de 20 a 25% (en el Perú llega a 30%). Este impuesto afecta las utilidades de las empresas y los sueldos de parte de los asalariados. La medida no es impopular, porque erróneamente se piensa que dicha medida afecta únicamente a quienes tienen empresa.
Pero ello no es real. Elevar el impuesto a la renta equivale a subir el precio de un bien o servicio. Es encarecer el costo de hacer empresa y excluir del escenario a un buen número de alternativas de negocio. Es una política excluyente. Los recursos destinados a crear nuevos negocios declinarán, como declinará el empleo, los salarios y el bienestar de las mayorías.
Seguir dicha ruta es seguir la ya fracasada línea de los países europeos: impuestos altos y “servicios gratuitos”. Estos servicios son como los regalos por sorteo para el amigo secreto, su calidad nunca equipara a los regalos que hace uno mismo para los seres que más quiere, pero su costo sí que los supera, y con creces ¿Querían educación gratis? Allí les va la factura.
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